La verdad es que no tengo espíritu de vendedor, ni de predicador y no soy de hacer proselitismo, por lo que me resulta un poco difícil un escrito de presentación de este tipo, pero me sigue pareciendo que Emacs Carnival es una gran idea, así que vamos a ello.
Si yo tuviese que llamar la atención de alguien sobre Emacs, en breve tiempo, mi frase sería: Emacs es la catedral del software.
Si preguntamos hoy por Emacs, fuera de su fiel congregación, lo más probable es que muchos no lo conozcan, y si les dices que es un Editor de texto que nació en los años 80 te tomará por loco y pensará le hablas de una reliquia.
Obviamente esto es una generalización, y como todas ellas, sólo tiene una parte de verdad. Lo cierto es que pensar en un software de esa época, que aún funciona, tiene algo de anacrónico o mágico, como de vestigio del pasado, y es fácil que se tome por una reliquia de la historia de las computadoras.
Sin embargo quienes lo conocemos sabemos que su belleza es comparable a la de las antiguas catedrales que siguen prestando servicio y haciendo presente al mundo un camino diferente, que mira al cielo y se eleva por encima de los problemas del día a día.
Emacs ha demostrado haber encontrado un equilibrio perfecto entre eficacia y modernidad basado en tres aspectos:
Centrado en el contenido
En la era de las aplicaciones super especializadas, minimalistas y orientadas a vender servicios, una aplicación con interfaz de texto, orientada a la consola y capaz de una personalización máxima por parte del usuario parece fuera de lugar.
No podemos perder de vista que vivimos en un mundo cada vez más sujeto a las modas, a lo ‘políticamente correcto’, y sobre todo, al dictado de las grandes compañías, empeñadas en vender y en descubrir, cada pocos meses, la herramienta definitiva, que sin embargo será rápidamente sustituida por la siguiente, quedando obsoleta, superada por el siguiente descubrimiento, muchas veces creando verdaderos problemas con nuestra propia información.
Para alguien cómo yo que comenzó a programar con fichas perforadas y tuvo el privilegio de vivir el lanzamiento del IBM Pc en España en primera línea, sobran casos cómo WordPerfect, el procesador de textos que en los años 80 y principios de los 90 dominaba el mercado y que parecía insustituible, Lotus 1-2-3, la hoja de cálculo que revolucionó el trabajo de oficina en los 80 y que terminó desapareciendo cuando Excel tomó el relevo, WordStar, estándar de facto en escritura profesional durante los 80, o más recientemente Evernote, que se convirtió en el buque insignia de los gurús de la productividad personal y hoy dormita superada por nuevos enfoques gamificados.
Muchos de esos casos han supuesto verdaderos desafíos de migración pero mientras esos, y otros muchos, programas nacían y morían y han quedado reducidos a piezas históricas, Emacs, los ha sobrevivido a todos y sigue creciendo, adaptándose, expandiéndose.
Resulta casi cómico ver cómo la industria presenta cada poco tiempo “la aplicación definitiva”, algo que la historia demuestra que casi siempre acaba en abandono o irrelevancia, haciendo que esas ‘joyas’ sean las verdaderas reliquias mientras Emacs sigue firme su camino.
Emacs no es solo un procesador
El verdadero poder que lo impulsa es que Emacs trasciende lo que es un software, es una extensión de tu manera de pensar y trabajar, usando la manida expresión actual es una perfecta Mente Extendida.
No es un programa que usas y descartas, es una herramienta que moldeas y que te moldea a ti. Una relación que, lejos de ser anticuada, representa la verdadera modernidad: software que respeta al usuario, que se adapta a él y no al revés.
Emacs, cómo editor de textos, ha mantenido siempre la información pura en el centro de su enfoque. Su núcleo robusto y flexible ha mantenido desde el inicio su esencia, poniendo en el centro el contenido de nuestros ficheros, siempre en un formato libre y accesible cómo es el texto puro, pero gracias a Emacs Lisp y su concepto de Editor extensible, cualquier usuario, hasta yo 🙂, puede moldearlo según sus necesidades. Es por esto que resulta la herramienta ideal para diseñar tu propio flujo de trabajo.
Todo esto hace que Emacs no se pueda convertir en una reliquia obsoleta, porque es, y seguirá siendo una inversión en el futuro de tu propio trabajo.
Cuando eliges aprenderlo, no apuestas por la moda del año, sino por una plataforma que lleva más de cuatro décadas demostrando que puede adaptarse a cualquier contexto. Y me parece importante destacar lo de ’elegir’ en un mundo que cada vez restringe más la capacidad de elección, cuyas herramientas se orientan más a imponer que a servir y que, con la vista puesta en el negocio, no para de lanzar servicios y apps que nos condicionan a determinadas formas de estudiar, leer, pensar, escribir o comunicarse, actividades todas ellas que tu puedes diseñar según tu visión con Emcas.
Esa plasticidad explica las miles de configuraciones que hay alrededor de él, que cubren tareas tan diferentes, cómo las personas que lo utilizan, desde programadores que lo convierten en su IDE definitivo, hasta escritores que lo usan como máquina de textos minimalista, pasando por académicos que gestionan bibliografía, notas y artículos con la misma herramienta.
Sí, requiere esfuerzo inicial. Sí, te obliga a replantear cómo interactúas con un editor. Pero a cambio te ofrece algo que ningún otro puede garantizar: la seguridad de que tu herramienta seguirá funcionando, creciendo y evolucionando contigo, incluso cuando otras hayan desaparecido.
Si pensamos en el tiempo invertido en aprender aplicaciones que no usamos, los datos perdidos al migrar de una plataforma a otra porque la anterior cerró, o en la frustración de dominar una app, para ver cómo una nueva versión tira por tierra lo aprendido, o resulta incompatible, queda claro que comparado con Emacs, donde todo lo que aprendes permanece válido, todo lo que construyes puedes conservarlo, y todo lo que necesitas puedes integrarlo la elección es obvia.
Parafraseando un célebre anuncio: Emacs no te abandona.
Un trabajo que crece en comunidad
*Emacs es un software que te pertenece, pero no sólo a tí, pertenece a todos sus usuarios a su comunidad.* Emacs es uno de los paradigmas de lo que puede lograr el Software Libre. No depende del capricho de una empresa, ni de un modelo de negocio, ni de la rentabilidad. Nadie puede cerrarte el acceso, nadie te obliga a una suscripción, nadie puede decidir que el proyecto ya no merece la pena.
La supuesta “reliquia” no solo sigue viva: sigue expandiéndose. Y este es un punto crucial. La longevidad en software no significa mera supervivencia, sino capacidad de evolucionar sin romper la esencia.
La paradoja es que mientras esas “aplicaciones definitivas” tuvieron vidas cortas, Emacs es, en realidad, radicalmente contemporáneo. Pocos proyectos de software logran adaptarse a tantos cambios en la industria: de los terminales de los años 70 a los escritorios gráficos de los 90, de la web emergente de los 2000 a la nube y los flujos de trabajo distribuidos actuales.
Hoy, cuando hablamos de inteligencia artificial, colaboración en tiempo real o escritura científica con control de versiones, Emacs no solo tiene herramientas para ello, sino que permite integrarlas de manera orgánica en un flujo de trabajo unificado.
Y todo ello porque su licencia y su base es la de una comunidad que trabaja con él, lo hace crecer y ayuda a los neófitos a incorporarse.
Conclusión
Recuerda que una reliquia es un objeto muerto que se conserva como testimonio de un pasado.
Emacs, en cambio, es un organismo vivo que ha sobrevivido a cada ola tecnológica, y que sigue tan vigente como el primer día, no es un vestigio del pasado que se niega a desaparecer, es un cómo un gran árbol que ha sobrevivido a décadas de tormentas, y sigue creciendo, haciéndose fuerte y dando frutos.
Y en un mundo donde la mayoría de las aplicaciones son efímeras, eso lo convierte no en una reliquia, sino en el software más contemporáneo que existe.
Hasta pronto.