Introducción

Cuando leí el tema del Emacs Carnival de este mes, la metáfora surgió inmediata: la vida rural, en la que estoy inmerso últimamente, refleja exactamente mi trabajo con Emacs.

Paso la mayor parte de mi tiempo de trabajo dentro de Emacs. Es mi editor, mi estudio de escritura, mi agenda y, a ratos, mi terminal. Durante años busqué el init perfecto: esa configuración platónica que lo deja todo resuelto. Ahora entiendo que el verdadero progreso no llega con grandes rediseños, sino con mantenimiento continuo. Como en un huerto: arar, desbrozar, regar, podar. Preparar el terreno para que la cosecha —las notas útiles, los textos claros, los proyectos terminados— llegue sin fricción.

De la obsesión al cuidado

La obsesión por el init me dio conocimiento, pero también inestabilidad. Cada semana probaba un paquete más, cambiaba temas, redefinía atajos. Mucho brillo, poco suelo fértil. La transición ha consistido en aceptar una regla simple: cambios pequeños, reversibles y con motivo.

  • Si una molestia aparece dos veces, merece un ajuste.
  • Si no, la apunto y sigo.

Emacs ya no es una maqueta perpetua: es un taller en marcha.

Mi Emacs Writing Studio

Mi cambio real comenzó al descubrir el Emacs Writing Studio de Peter Prevos. Es un conjunto coherente de vistas, plantillas y flujos diseñados específicamente para escritura. Lo adopté como base y desde entonces crezco sobre él, adaptándolo a mis necesidades:

  • Entorno limpio: ancho de columna fijo, fuente legible, sin distracciones.
  • Plantillas de captura: una para ideas relámpago, otra para esquemas de artículos, otra para bibliografía. Capturo primero; organizo después.
  • Notas de proyecto: un panel que refleja el estado de los proyectos y la información necesaria para mantenerlos.
  • Checklists de procesos: por ejemplo para publicar, verificación de enlaces, metadatos, exportación …

Nada de esto nació de teoría pura; el Emacs Writing Studio me dio la estructura inicial, y sobre ella construyo quitando piedras del camino para escribir más y mejor.

Por qué el mantenimiento sí cuenta (y mucho)

Mi sistema de notas, tiene en la base org-mode, una herramienta contrastada pero que puede generar mucho ruido. Por suerte sobre esa base está Denote la herramienta de Protesilaos Stavrou que me permite organizar —ideas, lecturas, guiones, enlaces, código— crece constantemente y puede volverse opaco sin atención.

Encontrabilidad

Denote establece una regla formal de nombres: identificador temporal, palabras clave separadas por guiones dobles, y extensión. Esto, junto con etiquetas útiles y enlaces cruzados cuando aportan contexto, hace que encontrar sea predecible. Regla personal: si tardo >15 segundos en hallar una nota clave, toca desbrozar.

Coherencia

Intento reducir al máximo la duda a la hora de nombrar mis archivos, por lo que procuro que quede claro siempre el tipo de nota y el estado, si procede. Mi mantra: Menos dudas, más flujo.

Confianza

Saber que puedo deshacer en segundos (historial) y que la estructura aguanta. Escribir y reorganizar sin miedo.

Mis rutinas de mantenimiento

El mantenimiento me permite sostener vivas es encontrabilidad, coherencia y confianza:

  • Versionar todo con Git: commits pequeños, mensajes claros. El historial es mi red de seguridad.
  • Modular el init: el fichero principal solo carga módulos (UI, escritura, navegación, org, lenguajes). Localizo problemas y toco sin romperlo todo.
  • Sesiones de poda: bloques de 30 minutos semanales sin crear nada nuevo. Solo mover, fusionar, etiquetar y archivar.
  • Revisión de fricciones: llevo un archivo “papelera de fricciones”. Cuando una se repite, programo un ajuste concreto.
  • Eshell y utilidades mínimas: si salto a la terminal por lo mismo cada día, lo traigo a Emacs con una función corta.

El mantenimiento me lleva a Elisp (y al cariño por Emacs)

No aprendo Emacs Lisp por ambición, sino por necesidad. Primero fueron macros y fragmentos copiados; ahora escribo pequeñas funciones con propósito nítido: renombrar en lote, insertar cabeceras, generar índices, transformar selecciones, preparar plantillas.

Tres prácticas que me sirven

  1. Una función, un motivo: evito “navajas suizas”. Prefiero tres herramientas pequeñas y claras.
  2. Nombrado expresivo y docstrings: escribir el propósito en el nombre y un ejemplo en la documentación. Que lo entienda mi yo futuro.
  3. Iteración segura: probar en buffers de prueba, validar con casos mínimos, commit, y seguir.

El efecto secundario: cuanto más mantengo, más entiendo. Y cuanto más entiendo, más aprecio a Emacs como herramienta moldeable.

Señales de que el terreno pide cuidado

  • Dudo dónde capturar una nota nueva.
  • Repito tareas manuales varias veces por semana.
  • No recuerdo un atajo porque no tiene sentido o frecuencia.
  • Las exportaciones requieren siempre el mismo arreglo a mano.
  • Las búsquedas tardan o devuelven ruido.

Cuando aparece una señal, agendo un bloque pequeño y lo trato como tarea de mantenimiento, no de creación. La separación mental importa: hoy no escribo, hoy preparo el suelo.

Resultados que puedo medir

  • Más escritura, menos configuración: la energía creativa no se fuga en retoques.
  • Notas con retorno: vuelvo a materiales antiguos y se siguen explicando a sí mismos.
  • Menos ansiedad técnica: rollback y modularidad reducen el miedo a romper.
  • Aprendizaje continuo de Elisp: funciones pequeñas que suman y se quedan.
  • Un Emacs más mío: no por rareza, sino porque refleja mis procesos y prioridades.

Cosecha y continuidad

Mantener no es posponer; es hacer espacio para que ocurra el trabajo importante.

  • En el servidor: parches y copias.
  • En la casa: orden y limpieza.
  • En el jardín: agua y poda.
  • En Emacs: convención, modularidad, revisión y pequeñas funciones.

Cuando honro esas tareas, la cosecha llega: textos terminados, notas que orientan decisiones, proyectos que avanzan.

Dejo atrás la persecución del init perfecto y adopto una disciplina humilde: preparar el terreno cada semana. Mi estudio de escritura en Emacs es más sereno, mis notas rinden más, y mi relación con Elisp se vuelve cercana y práctica. No hay magia: solo cuidado. Como en el campo, la abundancia no viene del capricho del clima, sino del trabajo paciente que no se ve. Mantenimiento es eso: el arte de volver posible la cosecha.